La sombra del delator by Jordi Sierra i Fabra

La sombra del delator by Jordi Sierra i Fabra

autor:Jordi Sierra i Fabra
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
publicado: 2019-04-17T22:00:00+00:00


11

Alberto y su colega se quedaron fuera. Eso me anuncio que no habría paseo en coche. Sentí alivio. Me hicieron entrar detrás, junto al hombre que esperaba. Era de la cuerda de Víctor Eguilaz, elegante, anillos y piedras en las manos, traje impecable, rostro bronceado, cabello negro echado para atrás y brillante. Todo perfecto salvo por los ojos. Los tenía de hielo. Tan de hielo que me congeló por dentro y supe que aun podía haber cosas peores que un puñetazo en la cabeza, o lo del paseo previo antes de ser arrojado a un vertedero.

Lo primero que hizo el hombre fue meterse la mano en el bolsillo y sacar mi cartera.

Soy idiota. Ni siquiera la había echado en falta.

—Esto es suyo, señor Ros —la voz era como los ojos, un témpano—. He venido en persona a devolvérsela, y a pedirle excusas.

La tomé de su mano sin abrir la boca y me la guardé. Luego él siguió llevando la iniciativa.

—¿Qué hacía hoy en el Paraíso, señor Ros?

—Nada.

—No sea estúpido. ¿Qué quiere?

—Nada.

—Todo el mundo quiere algo —movió la cabeza de lado a lado. Se miró uno de los anillos y agregó—: Sea sincero conmigo, y no tendrá problemas. Pero le advierto que al tercer nada tendré que llamar a Alberto y a Isaac.

—Le he dicho la verdad.

—¿Está escribiendo algo en particular, señor Ros? —cada vez que decía "señor Ros" era como si me empalagase.

—Estoy investigando la muerte de un anciano, eso es todo.

—¿El de la Residencia Aurora?

—Sí.

—¿Qué tiene que ver eso con nosotros? —frunció el ceño.

—Ni idea. Seguí a Esteban desde allí. Eso es todo.

Era coherente. Por primera vez me miró con respeto.

—Pero ahora cree haber encontrado algo más jugoso.

—No sé lo que he encontrado.

—¿Sabe usted quien soy yo?

—No —mentí.

—Me llamo Jofresa. Pedro Jofresa.

Esperó una reacción, pero no apreció el menor cambio en mi cara.

—Escuche, Ros —hizo una serie de estudiados gestos, quitarse una mota de polvo del pantalón, mirar por la ventana, suspirar, relajarse...—. Usted es periodista, y yo conozco a muchos periodistas, se lo aseguro. La mayoría se mueren por un artículo. Y por desgracia algunos lo hacen: morirse. Otros son inteligentes, prefieren vivir sin el artículo y encima salir ganando. ¿Me sigue?

—¿Cuánto va a ofrecerme?

—Usted no sabe nada —sonrió un poco—. Pero podemos hablarlo. Esta es sólo una primera visita. De cortesía. He hecho indagaciones y me han hablado bien de usted. Demasiado bien. Va de legal. Vive en una bonita casa —señaló mi edificio en la calle Johann Sebastian Bach—, le van bien las cosas a pesar de su separación... ¿Para qué complicarse la vida? ¿Cree que un artículo de más o de menos salvará al mundo?

—¿Y ese hombre, el muerto?

—Ni idea —fue sincero Jofresa.

—¿Quiero saber quién le mató y por qué?

—Adelante —asintió con la cabeza.

Había sido un diálogo ambiguo. Con un poco de todo. Amenaza, negociación, intento de soborno... ¿o había sido yo el que había puesto la alfombra? Ni me importaba. La maldita cabeza me dolía otra vez mucho.

—¿Puedo irme?

—Adelante —me ofreció la puerta—. Como le he dicho, quería conocerlo, devolverle la cartera y tener una.



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